Había un libro sobre los asesinatos -con la coartada de la política-, en los años ’70, que me había quedado por leer: Los compañeros, de Rolo Diez, un intento de novela, a cargo del ex jefe de inteligencia del ERP -Ejército Revolucionario “del Pueblo”. Ni entonces, ni ahora, ni en la novela, puede deducirse a qué pueblo se referían. El argentino evidentemente no era.
En cualquier caso, le envié a mi amigo Raimundo, abogado, un párrafo particularmente significativo: refiriéndose a un superior jerárquico de la misma organización terrorista, atrapado por un comando de la dictadura, el narrador se esperanza con que no lo delate, ya que: “sus valores lo llevarían a cantar primero -en caso de que cantara- a gente orgánicamente menos importante: algún simpa, algún contacto”.
Increíblemente, el protagonista define el hecho de que el delator entregue primero a otros, menos importantes en la escala del ERP, como un “valor” (supongo que ético, encomiable). Que secuestren, torturen y maten a otra persona, con mucha menos responsabilidad -simpa refiere a “simpatizante” (esas abreviaturas tan propias del lenguaje patético de la izquierda armada, los nicas, los ticos)-. Esos eran los utopistas armados argentinos de los años ’70: que maten primero al idiota que nos compró el periódico. Raimundo me pregunta si me puede mandar por audio una historia relacionada. Le digo que no tengo nada mejor que hacer.
En el año 1975 surge una pequeña organización maoísta armada: Pueblo Victorioso. PV. No son más de cien, en todo el país. El epicentro se divide entre una localidad del Gran Buenos Aires y Córdoba Capital. El líder es un dirigente estudiantil de la Facultad de Ciencias Económicas de Córdoba. Pero hay una especie de figura postrera, una suerte de Padrino en las sombras, aunque participante directo en la organización, mayor en edad que el resto de los integrantes, el contador Devlin.
Devlin es el contador todoterreno de un empresario multimillonario argentino, con intereses en distintas partes del mundo. Devlin utiliza parte del dinero en negro para financiar a la organización maoísta en la que se sumergió como pez en el agua.
Devlin es casado, tiene dos hijos; pero recién ahora, devoto maoísta y en contacto con la juventud revolucionaria, siente que empezó a vivir. Entre los muchachos y chicas de la agrupación, el promedio es de 23 años. Devlin tiene 48.
Usa anteojos gruesos, aún el pelo renegrido, ni largo ni corto. Viste con pulcritud pero sin atildamiento. Suéter en v en invierno; camisa a rayas y pantalones grises en verano.
Aguarda expectante, sin acercarse pero desesperado, la indulgencia de alguna de las militantes.
Devlin propone presentarse en sociedad asesinando a un empresario, Zaldivar, que a su vez supuestamente financia a un torturador de la Triple A, en contacto con el Ejército. Sigue siendo el año 1975.
La propuesta es orgánicamente aceptada por el jefe político y comandante militar de la agrupación, y votada por la mayoría del comité central; también, remotamente, por la totalidad del resto de los militantes. Se envían mensajes cifrados por correo postal simple para refrendar la primera operación armada del grupo: matar a Zaldivar.
Aquí, acota Raimundo, entra en juego el factor azar. Devlin apresura sus ansias insatisfechas con una amante rentada. Es una cortesana de lujo, de hotel cinco estrellas, no exclusiva pero muy exigente. Gloria, pulposa treintañera, responde al mando de su cafisho, Onofre, a quien llama “mi dueño”, también en sus encuentros semanales o quincenales con Devlin.
Onofre es un asesino profesional, entre otros menesteres. La relación en cadena entre Devlin, Gloria y Onofre deriva en que Devlin considere que, dentro de Pueblo Victorioso, no hay ningún militante preparado militarmente para asesinar a Zaldivar, mucho menos su comandante militar y jefe político, Cacho Manso, el imberbe estudiante eterno de Ciencias Económicas.
Algunas de las agrupaciones linderas importantes como Montoneros o el ERP han sido privilegiadas con entrenamientos en Cuba, Corea del Norte, en campos libaneses de la OLP e incluso en China. Pero el reciente Pueblo Victorioso no sólo nunca estuvo en China, nunca vio un chino. Pero quieren matar a una persona. A eso no renunciarán. Devlin ha entrenado en el Tiro Federal por meses -carnet de su contratista contable-, pero es una experiencia insuficiente.
Gloria le hace saber a Devlin que Onofre, aunque descendiente de croatas, reconoce un leve pasado genealógico chino, y está dispuesto a colaborarles por 250 mil dólares. También por simpatía familiar con la opción maoísta.
Devlin ha conseguido distraer para la organización 750 mil dólares. Sería un tercio de sus activos para presentarse en sociedad matando a Zaldivar. Primero lo charla en privado con el comandante Manso, luego lo vota el comité central, finalmente lo aprueban la totalidad de los militantes por correo postal, con estampillas de aves autóctonas.
Tras un frustrante encuentro con Gloria en el lujoso hotel Pabellón -los nervios-, Devlin le adelanta a la dama de las camelias los 170 mil dólares. El resto, tras la consumación (palabra ambigua en esas circunstancias incómodas). Mientras Devlin se viste resoplando contra sí mismo, Gloria le lleva el dinero al proxeneta y sicario, en un maletín negro.
La operación Mago Rojo -el asesinato de Zaldivar en su quinta con pileta de la localidad de Areco, donde la familia ya ha dispuesto el arbolito de navidad-, se planifica para el 25 de diciembre, despiadadamente. Los militantes de Pueblo Victorioso solo respetan las festividades del año lunar chino.
Pero Onofre reporta la muerte de Zaldivar el mismo 24 de diciembre, con menos piedad aún; y pasa a buscar el saldo restante por el mismo hotel Pabellón, el 25, que no salen los diarios. Previamente Devlin y el comandante Manso certificaron que Zaldivar fue velado el mismo 24.
Pero el 26, con los diarios redivivos, Devlin y el comandante Manso descubren que Zaldivar no fue asesinado por Onofre como el sicario informó, sino que se electrocutó con una conexión mal hecha de las luces de colores, que salía de un toma corrientes al borde de la piscina de la quinta de Areco.
Zaldivar murió, y está enterrado, cien por ciento confirmado. Pero Onofre no lo mató: murió accidentalmente. Gloria, en un encuentro del día 27, también insatisfactorio para Devlin por sus nervios, llora amargamente que Onofre no sólo no asesinó a Zaldivar -que murió electrocutado por accidente-: se llevó el dinero sin darle su porcentaje, y no aparece por ningún lado.
Devlin, soliviantado, le asegura a Gloria que la vengarán. ¡250 mil dólares!, un tercio de los activos de la organización… ¡a cambio de nada!.
Tras una acalorada conversación con Manso, donde se realimentan la mutua iracundia, sin ponerlo a discusión del Comité Central ni del resto de la militancia, deciden atrapar a Onofre, recuperar el dinero y matarlo entre los dos. Quieren probar la sangre. Devlin ajustará sus prácticas de tiro. Manso tiene acceso a la suficiente “inteligencia” de seguimiento.
Tras quince días de búsqueda, dan con el sicario afortunado. Pero la taba se da vuelta: Zaldivar efectivamente murió accidentalmente electrocutado; pero Onofre está mucho más cerca de la Triple A, del Ejército y del torturador en cuestión, que de los dos orates que ahora lo persiguen. Los capturan ipso facto.
A Manso lo torturan hasta la inconciencia, pero luego lo reavivan y lo dejan seguir con su carrera política y académica, reportando cuando resulte oportuno. Respecto a Burkan, en cambio, prefieren cebarse con la esposa, sin siquiera tocarlo. El contador convive con la ignominia durante un año. Poco después del golpe militar, muere electrocutado, aunque no accidentalmente.
Hasta el factor azar es azaroso -remata redundantemente Raimundo-.