Luis Miguel demostró en el Campo de Polo por qué es el mejor cantante latino del mundo: carisma, afinación y trayectoria

El Luis Miguel Tour 2023/2024 tuvo la primera fecha de cierre este martes 17 de diciembre en el Campo de Polo de la Ciudad de Buenos Aires (este miércoles 18 será la segunda y última en el mismo lugar desde las 21) en una gira descomunal que comenzó con diez shows en el Movistar Arena de esta misma ciudad en agosto del año pasado y lo llevó a realizar 190 shows absolutamente sold-out en todo el continente americano y España.

Más de tres millones de personas en total asistieron a este regreso relampagueante y certero de Luis Miguel, que a sus 54 años se mantiene como el máximo representante de la canción melódica en todo el planeta. Pero no se trata solamente de cifras. De lo que hablamos aquí es de una permanencia de más de cuatro décadas en el top de la música romántica, en una trayectoria que ninguno de sus colegas ha podido igualar.

Cuatro décadas. Subamos a la máquina del tiempo y viajemos entonces al pasado, cuarenta años atrás. Un colega de la industria de la música me pidió que lo acompañe al teatro Ópera “para ver a un pibe de catorce años que afuera la está rompiendo”. Es una noche primaveral de 1984 y una fila de fans adolescentes sale desde la puerta del teatro y dobla por Suipacha.

Para ubicarnos: estamos en plena era del “kid boom musical”. Los españolitos Parchís siguen haciendo estragos aunque su estrella comienza a opacarse ante la aparición de rivales como Timbiriche (otro conjunto infantil , éstos llegado desde México, donde hicieron su debut Thalía y Paulina Rubio) y unos purretes puertorriqueños llamados Menudo, donde resaltan Ricky Martin y Draco Rosa.

Pero esta noche sobre el escenario del Ópera sólo hay un púber al que sus fans le gritan Micky y le tiran muñecos de peluche mientras él va desgranando canción sobre canción, con una simpatía inigualable, un horrible corte de pelo a la Príncipe Valiente y la atenta mirada de un padre codicioso e implacable que le ha robado su infancia. El chico cautiva con un magnetismo a prueba de balas.

Luego del show vamos al camarín a saludar. Mi colega se queda hablando a un costado con Luis Gallego Sánchez (el padre-mánager) y yo frente a este pibe de 14 años, vestido con camisa safari color té con leche y pantalones anchos que me mira con curiosidad y me pregunta con total desparpajo qué me ha parecido el show. No lo sé, pienso mientras el niño prodigio me convida un sándwich de miga del catering y esa sonrisa que será su marca de agua le enmarca la magra figura.

Luis Miguel se siente cómodo en el escenario, esté donde esté. Foto: Marcelo Carroll

40 años después

Cuarenta años más tarde, en esta noche primaveral de 2024 en el Campo de Polo, lo único que me recordará aquel momento perdido en el tiempo será esa misma sonrisa. Sólo que el chico es ahora un hombre maduro. Es un triunfador que lo ha ganado todo. Y que ha pasado por mil vicisitudes sin perder su esencia de niño. Sus fans de la primera hora lo saben, y se han llegado hasta aquí para agradecerlo. Luis Miguel también lo sabe, y por eso sale al ruedo ya no como un torero, sino como el mismo toro enfurecido que está dispuesto a dejarlo todo en la arena. Es a capa y espada.

Hablar a esta altura de las cualidades artísticas de este puertorriqueño nacionalizado mexicano (“los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana”, diría Chavela Vargas) sería remanido hasta el hartazgo. Pero lo que no deja de asombrar es el manejo profesional de un artista que promediando su propia existencia tiene un dominio tan extremo del escenario que ya ni siquiera necesita saludar a su público. Luismi se siente en casa, no importa el país que pise.

A las 21:25 aparece su ya clásica figura vestida impecablemente con el traje y la corbata negros y la camisa blanca con gemelos que le son tan distintivos. Y durante algo menos de dos horas será un vendaval desatado, absolutamente focalizado en el show, dando indicaciones imperceptibles a su propia banda, acompañando con gestos corporales la mayoría de los arreglos instrumentales, arengando a su público (que no necesita de mucho para incendiarse) y paseando su sonrisa omnipresente por los cuarenta metros de boca de un escenario convertido en celebración.

Sin duda alguna es el suyo uno de los mejores shows de pop latino que puedan verse hoy en el mundo entero. La banda que lo sustenta (una verdadera big band latina, una cruza entre Fania All Stars y el mejor Glenn Miller) es una fuerza arrolladora que empuja los límites de la presión sonora hacia el espacio. Cinco vientos (dos trombones, dos trompetas y un saxo) más un trío de coreutas, dos teclados, bajo, batería y percusión comandados por la guitarra histórica de Kiko Cibrián.

Luis Miguel hizo sus homenajes a Frank Sinatra y a Michael Jackson, dos de sus artistas favoritos. Foto: Marcelo Carroll

Fiesta desde el principio

Desde el vamos empieza la fiesta a todo dar. El comienzo es con Será que no me amas, el cover en castellano de Blame it on the Boogie, un mega éxito erróneamente atribuído a los Jackson Five, pero escrito por el músico inglés Mick Jackson (casualidades de la vida) en 1978 y que le fuera ofrecido inicialmente a Stevie Wonder. A partir de ese momento, sin tomarse un respiro para beber agua, sin casi pronunciar palabra, pero diciéndolo todo con el físico y sus clásicas expresiones faciales van a sucederse una seguidilla de hits nivel monstruo.

Suave, Hasta que me olvides, Amor amor amor, Culpable o no. Micky navega en aguas conocidas y puede manejar este barco hasta con los ojos cerrados. Confía absolutamente en su entorno musical y hasta deja cierto lugar para que sus músicos puedan lucirse. En lo que dure el show va a darle a su gente lo que su gente vino a buscar. No retacea, no se guarda nada. El mismo registro vocal potente (con el micrófono siempre a cinco dedos de los labios y una afinación envidiable) va surcando olas con el pulso firme.

Una marea femenina anhelante de fantasías eróticas acompaña cada canción cantando los estribillos, cual si fuese un inmenso coro de sirenas suplicándole a Ulises que por favor se quede con ellas, que no vuelva más a Itaca. Pero este Ulises, guerrero ganador de mil batallas, conoce como pocos los resortes del entertainment y el marketing. Y se hará desear por siempre. Porque así es este juego.

A Luis Miguel se la da muy bien lo de utilizar popurries. El primero de la noche es con los boleros de su Segundo romance (Como yo te amé, Solamente una vez, Somos novios, Nosotros) y ese le abre la puerta al de los tangos, con versiones muy melódicas de canciones gardelianas como Por una cabeza, Volver y El día que me quieras. Como sabemos el tango argentino, sobre todo en la voz de Carlos Gardel, cuajó perfectamente en la música melódica de Centroamérica a partir de los años ’30, y El Rey Sol hace muy buen uso de ello.

Desatado. Luis Miguel no habla sobre el escenario, se comunica a través de las canciones. Foto: Marcelo Carroll

No faltará mucho para dos homenajes esperados. El primero para su amado Michael Jackson, que aparece en las pantallas con una versión a dúo de Smile, la canción compuesta por Charlie Chaplin para su legendario film Tiempos modernos. Y el siguiente para otro ídolo de Luis Miguel, nada menos que Frank Sinatra. Con él tuvo una relación muy especial (surgida inesperadamente) cuando La Voz estaba buscando cantantes jóvenes para su segunda disco de Duets, algo que se retrata bastante fielmente en Luis Miguel: la serie.

Y hay que decirlo: Micky tiene bastante de crooner. Durante varios pasajes del show apela a ese género ya casi extinguido (y a su magnífica orquesta) para transformar este enorme espacio en un lujoso cabaret hollywoodense donde sólo faltaría la chica que vende cigarros por las mesas para completarlo. Bueno, y el champán. ¿Cuánto habrá que esperar para que Luis Miguel grabe su propio disco de covers de jazz, tal como lo hicieran Bryan Ferry, George Michael y Rod Stewart?

Pero todavía hay más tela para cortar en este cierre de gira. Y llega entonces el Mariachi Vargas de Tecalitlán, una orquesta de música folclórica mexicana creada en 1897, que le va a poner raíz y encanto azteca a una noche perfecta. La media vuelta y La Bikina atronan la noche de Palermo. Literalmente. Si hasta la gente de los edificios aledaños sigue el pulso desde sus balcones.

Como corolario y atento a las fechas que se avecinan Luis Miguel le regala a su público una muy buena versión de Santa Claus llegó a la ciudad, esa canción de 1934 que interpretaron a través de todos estos años desde Fred Astaire hasta Bruce Springsteen. “Miren la luna”, dice señalando el enorme botón dorado que aparece en el firmamento como rindiéndose ante El Rey Sol.

Video

Luis Miguel, en el Campo de Polo

Y entonces sí, llega el final con el último medley: Ahora te puedes marchar, La chica del bikini azul, Isabel y Cuando calienta el sol. Y no habrá bises ni palabras elogiosas para su público. No hacen falta. La banda y su frontman saludan y abandonan el escenario. Fuegos artificiales con los colores de la bandera mexicana nos invitan a retirarnos. El público se va.

Pero ahí, sobre ese mismo escenario, como un simpático fantasma que el tiempo no pudo borrar, queda la imagen de un chico de catorce años. Tembloroso, de ojos muy abiertos y rodeado de muñecos de peluches. Luis Miguel, el último de los románticos.

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