A la política le cuesta procesar tanto cambio

Son demasiadas novedades todas juntas para el sistema político y es evidente que le está costando procesarlas. Lo reflejan con elocuencia la tensión y las incógnitas dominantes en el cierre de listas para las próximas elecciones bonaerenses del 7 de septiembre.

Cuando faltan menos de 48 horas para que venza el plazo de inscripción de las candidaturas, sobran los cabos sueltos, las disputas dentro y fuera de cada espacio, las intrigas y la incertidumbre sobre la oferta final. Nadie queda a salvo.

La irrupción y llegada al poder de una figura y una fuerza tan excéntricas como las de Javier Milei y La Libertad Avanza, fruto del sostenido fracaso de los espacios y los dirigentes establecidos, tuvo la fuerza de un terremoto que aún no ha dejado un nueva topografía estable, en medio del proceso de construcción y consolidación, aún no concluido, del nuevo oficialismo.

El Gobierno pretende que las elecciones de medio término sean, como ya ha ocurrido durante el primer mandato de administraciones anteriores, el ordenador y el estabilizador del sistema, así como el precursor de su hegemonía, confiado en las encuestas de opinión, que lo muestran en condiciones de imponerse en este turno electoral. En tanto, el resto de las fuerzas políticas intentan sobrevivir y mantener una cuota de representación para poder iniciar un proceso de renovación, que hasta ahora no han podido ni han sabido alcanzar.

Si las elecciones provinciales anteriores oficiaron de laboratorios de testeo, las de la provincia de Buenos Aires asoman ahora como el banco de prueba final de cara a la gran contienda de octubre, en la que se dirimirá la conformación del Congreso para los dos últimos años de mandato y se establecerá la base para que Milei empiece a intentar (o no) la reelección presidencial. Pero también los comicios bonaerenses son la ventanilla de pago a muchos dirigentes y militantes que dan sustentabilidad a cada fuerza. Es la otra dimensión (para nada menor) en la que se cruzan necesidades, intereses, demandas.

Con ese telón de fondo, el oficialismo asoma envalentonado tras el triunfo en la ciudad de Buenos Aires y la absorción (o la claudicación) de Pro con la presentación de una alianza nominalmente monocolor. Ya se sabe que la diversidad no es del gusto libertario.

Sin embargo, no todos los dirigentes amarillos de la provincia con gobiernos municipales a cargo y con capital electoral propio se han rendido y algunos han decidido darles pelea al Frente La Libertad Avanza (FLLA) en sus respectivos distritos. Ya hay tres intendentes que se abrieron del paraguas violeta y podrían ser más.

A pesar de que esa fuga suma una nueva incógnita para intentar predecir el resultado de las urnas, que a priori se presenta favorable para los libertarios, nada parece mellar la confianza en la cima del oficialismo nacional.

Así es como subieron un escalón bastante más pronunciado sus propias disputas internas, que venían sucediéndose (más o menos asordinadas), por cuestiones de gestión, armados electorales, derrotas en el Congreso y conflictos con gobernadores y legisladores que hasta hace poco fueron aliados o funcionales y terminaron unos reclamando recursos y otros votando proyectos con los opositores más cerriles. Todo en medio de algunos inoportunos sobresaltos financieros, reflejados en la reciente alza de la cotización del dólar.

La estrategia electoral, la asignación de lugares en las listas y la promesa de cargos en el Gobierno y en organismos estatales después de las elecciones de septiembre y octubre son parte de los más recientes factores de discordia (no los únicos), que buscan saldar los contendientes del poder constituidos en torno de los lados del triángulo de hierro en los que Javier Milei ha descargado la tarea política y comunicacional oficialista.

Karina Milei, con los primos Menem, por un lado, y Santiago Caputo, con las fuerzas del cielo digitales, los funcionarios de puestos clave que le responden y algunos aliados políticos, por el otro, han llegado por vía indirecta a un punto de tensión y conflicto que queda atenuado (aunque no disimulado) solo porque se produce entre bambalinas y no a cielo abierto, como el desbocado enfrentamiento entre el Presidente y la vicepresidenta, Victoria Villarruel.

A tal nivel llegan las sospechas y la desconfianza que en el karinismo sugieren que el fuego amigo no es ajeno al destape de la información que dio lugar a la revelación periodística del cuestionable contrato por casi 4000 millones de pesos por la provisión de seguridad entre el Banco Nación y una empresa de la que Martín Menem fue uno de los dueños, y ahora es mayoritariamente de sus hermanos.

Desde las cercanías del supergurú, obviamente, niegan cualquier posible vínculo con esa pistola humeante y apuntan al sindicato bancario, que lidera el diputado cristinista Sergio Palazzo.

De cualquier manera, la información impacta doblemente sobre “el jefe”, como llama Milei a su hermana, quien ya había quedado seriamente tocada interna y externamente por el escándalo $LIBRA, pero luego resultó empoderada por el Presidente tras la victoria porteña, de la que ella fue considerada factótum.

En las dos puntas de la polémica contratación aparecen figuras relevantes del entorno más próximo a Karina Milei.

De un lado están los primos de su íntimo colaborador y figura clave del armado electoral, Eduardo “Lule” Menem. Del otro lado tiene un lugar relevante Darío Wasserman, vicepresidente del Banco Nación y esposo de María del Pilar Ramírez, la amiga y principal brazo político en la ciudad de Buenos Aires de la secretaria general de la Presidencia.

La líder del bloque de LLA en la Legislatura porteña, Pilar Ramírez, junto a la Secretaria General de la Presidencia y hermana del jefe de Estado, Karina Milei

Quienes conocen la dinámica interna de la entidad bancaria pública dicen que Wasserman es una de las personas con más influencia en la toma de decisiones del directorio. Lo que no implica que él haya incidido en esa contratación.

La aparición de este hecho y la actualización del escándalo $LIBRA, que tocan a la hermanísima, así como las nuevas revelaciones del caso del avión privado de las valijas no revisadas, que rozan al supergurú, son consideradas en el oficialismo como parte de una interna agravada por el cierre de las listas, aprovechadas y potenciadas por los opositores.

“Esperemos que, al menos adentro, esto se tranquilice con el cierre de listas”, dice un estrecho colaborador de los hermanos Milei. Por eso pretenden presentar las candidaturas varias horas antes de la medianoche de mañana, que es el plazo límite para inscribirlas. Buscan despejar incertidumbres y bajar la tensión los antes posible. Entrar en una campaña electoral con la retaguardia complicada no es lo más aconsejable, más cuando los rivales se juegan su supervivencia.

El principal de esos adversarios es el perokirchnerismo, que se desgañita por estas horas por sostener en un muy complicado cierre de listas la precaria pax armada que alcanzaron cristicamporistas, kicillofistas y massistas.

Las últimas discusiones alcanzaron niveles elevados de tensión, tanto como para que el calmo ministro Gabriel Katopodis, que integra la mesa de negociación en representación del espacio de Axel Kicillof, se plantara con una dureza que casi no se le conocía ante las pretensiones de Máximo Kirchner.

En una elección de múltiples efectos y dimensiones (nacional, provincial y municipal), ponerle nombre a las cabezas de lista de cada seccional está resultando un enorme problema.

Aunque mucho más profundas son las dificultades y discusiones cuando se trata de distribuir la cantidad de lugares que cada sector tendrá en los puestos con más probabilidades de entrar en la Legislatura y en los concejos deliberantes. Kicillof y los intendentes se juegan la gobernabilidad y su futuro en la última parte de sus mandatos.

El gobernador, que sueña con su candidatura presidencial en 2027, ya ha probado la amarga medicina de no tener controlada la representación parlamentaria. No hay día en el que no recuerde que no le aprobaron el presupuesto de este año y que fue el camporismo el que menos lo ayudó. El pasado reciente y el futuro son caminos divergentes que pesan demasiado a la hora de confluir en el presente, aun cuando pesa la pulsión vital de unirse para no perecer.

Si el milei-macrismo es una caldera en ebullición y el perokirchnerismo una olla a presión, la nueva fuerza que intenta emerger en medio de esos dos polos dominantes transita las últimas horas con espasmos que lo ponen a cada instante entre la ilusión de vida y el riesgo mortal.

En el heterogéneo armado que lleva el nombre de Somos Buenos Aires intentaban hasta anoche terminar de congeniar (con demasiadas dificultades y sospechas mutuas) la filial bonaerense del cordobés Juan Schiaretti, el espacio de Facundo Manes, los radicales que responden a Miguel Fernández (ligados al senador Maximiliano Abad) y a Pablo Domenichini (cercano a Martín Lousteau), la Coalición Cívica y el GEN de Margarita Stolbizer.

La diferencia de orígenes, combinada con la diversidad de aspiraciones y la distancia que en muchos casos existe entre la autopercepción y la realidad de cada uno de los principales responsables de ese armado, más la multiplicidad de realidades locales que conviven, mostraban anoche que se estaba ante una empresa de difícil concreción, pero que trataba de resistir.

La discusión por la distribución de nombres y los espacios en las ocho secciones electorales y en los 135 municipios era un desafío enorme. Tanto como hacer convivir la aspiración de llegar a los dos dígitos en el escrutinio provincial, con la necesidad de ganar en los territorios que hasta ahora controlan y sostener la representación en la Legislatura.

A eso hay que sumarle que por la diversidad de su composición y quiénes podrían ser sus principales candidatos en cada lugar Somos Buenos Aires asoma como una molestia a dos bandas. Así, podría restarle votos al peronismo en el conurbano, que es crucial para preservar su bastión, tanto como quitarle adhesiones al frente libertario-macrista en el interior, donde este está obligado a sacar amplias ventajas para lograr su objetivo de derrotar al oficialismo provincial, clave para afrontar las elecciones nacionales de octubre. Suficiente para que todos vean fantasmas rondándolos y busquen infiltrados del gobierno nacional y del perokirchnerismo, en este caso a través de dirigentes que tienen viejos vínculos con el movedizo Sergio Massa.

Difícil encontrar antecedentes de un cierre de listas tan tumultuoso e incierto en todos los espacios. Les quedan poco menos de 48 horas para tratar de bajar tensiones, alcanzar acuerdos sin dejar demasiadas heridas abiertas y, si les es posible, presentar ofertas atractivas. Un desafío enorme para un contexto en el que la participación electoral viene batiendo récords de caída y el sistema no termina de estabilizarse. Ni la economía de despegar.

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