Nos han vendido la idea de que las mejores empresas son las que siguen al pie de la letra las normas internacionales de gobierno corporativo. Especialmente, en lo que respecta a la independencia de sus consejos de administración. Pero, ¿qué pasa con aquellas que deciden no alinearse del todo? ¿Son simplemente rebeldes corporativos o han descubierto algo que los demás ignoran?
Según el estudio Our Board, Our Rules de la profesora de escuela de negocios Ruth Aguilera, no cumplir con los estándares globales no es sinónimo de caos o incompetencia. Y yo estoy de acuerdo. Más bien, parece ser una estrategia calculada. Una idea que, por cierto, coincide bastante con lo que planteamos en INSEAD, lugar en el que estoy, sobre adaptar las estructuras de gobierno al contexto real de cada empresa.
Pensalo: vas a una boda y decidís seguir el protocolo al milímetro—traje impecable, corbata perfecta, zapatos relucientes—hasta que llegas y te das cuenta de que es una boda en la playa. Todo el mundo está en sandalias y ropa ligera, mientras vos sudás en tu esmoquin. O peor, decidís ir “casual” y resulta que todos llevan gala de alfombra roja. Algo parecido ocurre con las empresas que intentan encajar ciegamente en las reglas del gobierno corporativo sin considerar su propio contexto.
El estudio de la profesora Aguilera revela que las empresas que sobreconforman—es decir, que tienen más consejeros independientes de los recomendados—suelen estar en mercados con accionistas dispersos y equipos de dirección con gran margen de maniobra. En teoría suena bien, pero ¿y si demasiada independencia hace que las decisiones se vuelvan más lentas o desconectadas de la realidad del negocio?
En el otro extremo están las empresas que subconforman, donde los accionistas dominantes, los sindicatos fuertes o estructuras de poder complejas limitan la independencia del consejo. ¿Es esto un problema? No necesariamente. En algunos casos, un consejo menos “independiente” permite tomar decisiones más ágiles y alineadas con la estrategia real de la empresa.
Lo interesante es que no hay una única forma correcta de estructurar un consejo de administración. Los estándares globales buscan imponer buenas prácticas, pero la realidad es que cada empresa opera en un sistema de poder, regulación y cultura empresarial propio. En mercados volátiles, un consejo con mayor conocimiento interno puede ser más efectivo que uno hiperindependiente.
En empresas con accionistas muy activos, la supervisión puede venir directamente de ellos, reduciendo la necesidad de un consejo extremadamente regulado. En otras palabras, no seguir las normas al pie de la letra no es siempre un error; a veces es una ventaja. En el matiz está el gusto.
Y esto de no seguir las reglas rígidamente no es nada nuevo. En la Segunda Guerra Mundial, los ingenieros analizaban los aviones que regresaban de combate para reforzar las zonas con más impactos de bala. Hasta que alguien se dio cuenta de que estaban viendo solo los aviones que lograban volver.
Las partes realmente vulnerables eran aquellas que, al ser dañadas, hacían que el avión se estrellara y, por lo tanto, no regresara. Moraleja de la historia: si solo observamos a las empresas que siguen todas las normas y sobreviven, podríamos estar perdiéndonos una parte crucial del panorama. Así que, si una compañía parece salirse del estándar pero sigue dominando su mercado… tal vez esté viendo algo que los demás no.