Rodrigo Aliendro le da un pase a la red, el final de una serie de improvisaciones y destrezas, a los 37 minutos del segundo tiempo. River sella la goleada contra Gimnasia, en el Bosque: un 3 a 0 inesperado, si se revisan los antecedentes. Fútbol, toques, goles y una imprescindible cuota de fortuna, que acompaña a todos los equipos que creen en grandes desafíos: zafó con dos remates en el travesaño.
Justo en ese momento, en el que (casi) todos saludan al veterano volante (una cuenta pendiente del equipo millonario, que un mediocampista de contención rompa el hechizo), se produce el abrazo del alma. Uno más, en La Plata, en este caso: Enzo Pérez, el símbolo, amado y cuestionado, va directo al encuentro con Marcelo Gallardo. Se tratan de dos, tres segundos, que llevaban en una vida en pausa. El síntoma perfecto para creer que, tal vez, en una de esas, volvió River. Volvió, ahora sí, el River de Gallardo.
El equipo millonario se clasificó a los octavos de final del torneo Apertura, al fin de cuentas. Es un dato. Lo otro, lo más valioso, es la sensación: sumó más ráfagas y sociedades que en otros partidos en el arte del ataque, fue más consistente, tiene al pibe maravilla y se prepara con otro espíritu para una semana especial.
Primero, este miércoles, Independiente del Valle, en las afueras de Quito, a unos 2500 metros sobre el nivel del mar. Copa Libertadores, lo que más le importa. Segundo, el próximo domingo, Boca en el Monumental, con un renovado conjunto xeneize, más agresivo y compacto. Liga Profesional, lo que menos le llama la atención, pero con un deber en el escudo.
El entrenador, sin saco, en chomba, con pocas indicaciones durante el primer tramo del partido y en permanente charla con el cuarto árbitro, acabó la función con aplausos. El Muñeco aplaudió a su equipo, porque entendió que, ahora sí, más allá de la contundencia, puede reflejarse en su imagen. Aplausos, genuinos aplausos, un gesto que parecía detenido en el tiempo.
Suele ver los encuentros enojado, como juega el conjunto que (no) lo representa. Charlas con sus colaboradores, miradas al césped, rostro de pocos amigos. No era para menos: dos amarillas en menos de 10 minutos: Kevin Castaño y Germán Pezzella. Al rato, un tiro libre desde un ángulo cerrado de Juan Pintado, Armani no alcanzó a tocar el balón y el travesaño fue una ayuda celestial.
Zurdazo de Mastantuono, que pasó cerca, luego de una buena combinación ofensiva, entre toques y destrezas, como casi nunca ocurre, fue un tímido aviso de que River está tímidamente de vuelta.
“Veníamos haciendo méritos para ganar de esta manera”, cuenta el Muñeco, después del partido. Algo había: eran arrestos individuales, combinaciones pasajeras. ¿Qué cambió? Esta vez, hubo algo más. Tres goles, desde ya. Y sociedades más sustentables, en calidad y cantidad en el tiempo. “Funcionamiento había, no éramos contundentes”, avisó el DT.
Sebastián Driussi, por ejemplo: su mejor partido desde el regreso acabó con un gol y una asistencia. Luego de una serie de sincronizaciones, define de zurda, con categoría. Es lúcido, pero no le sobra velocidad. Tiene habilidad, pero suele jugar de espaldas al arco. Es una amenaza: debe soltarse definitivamente, como ocurrió luego de ese grito, que le quitó presión.
Sin embargo, Gimnasia siguió encendido durante ese tramo del primer capítulo: Pintado levantó la cabeza y tiró un centro preciso, que Castillo llegó a conectar de cabeza; el travesaño volvió a salvar a River. La pelota había quedado lejos del alcance de Armani.
Hasta que se dio una maravilla. Atención: las obras maestras también se trabajan, se sincronizan, no todo depende de la improvisación. La jugada empezó en el lateral defensivo izquierdo millonario, cuando Acuña le quitó la pelota a Pintado. Simón, Colidio, Castaño, Driussi (un cambio de frente fenomenal), tac, tac, tac… hasta el crack de 17. Franco Mastantuono, dos gambetas y una sutileza. El 2-0 duró exactamente 19 segundos.
Gimnasia era un auténtico sufrimiento. Los hinchas pedían que se fueran todos, apuntaron contra Mariano Cowen, el presidente y hasta causó simpatía el grito de guerra de minutos antes: “Poné a las Lobitas, la p…”, en referencia a las exitosas jugadoras de voleibol, campeonas incluso barriendo a Estudiantes.
Siempre hay un pero. Borja, desconectado con la realidad, entró en otra sintonía. Evidentemente, le pesan las críticas. Al rato, sufrió una lesión, posiblemente un desgarro en el muslo derecho. No estará contra Boca, como Paulo Díaz. No es poco. Salió entre lágrimas: toda una señal.
El gigante lleva 10 sin perder. Y solo tiene 7 goles en contra, la misma cifra que Deportivo Riestra y con un partido más. Datos que decoran un partido, un resultado, que posiblemente sea el comienzo de algo nuevo. Algo mejor. Con el pecho inflado, más entero, el Muñeco al fin se suelta y larga todo lo que lleva adentro. Que también es parte de los días millonarios. “A mí no me molesta ni me confunde la crítica o el elogio. Soy un agradecido. El fútbol me da más satisfacciones que críticas dañinas que generan odio. Eso me resbala, por no decir que me chupa un huevo, hablando mal y pronto. Es así”.
Y se fue… con una sonrisa a medida.
Seguí leyendo
Temas
Conforme a los criterios de