The Damned en la Argentina: liturgia y frenesí punk, en una Buenos Aires agitada

Repaso. En la mesa de los próceres del punk se sientan pocos. Ramones, Sex Pistols y The Clash, seguro. Alguno sumará a Iggy Pop, otro hablará de Siouxsie. Pero los que iniciaron este juego como tal son los de «The Damned».

¿Qué es el punk como tal? Un movimiento estético, cultural y político que alcanzó su auge en la segunda mitad de los 70, con Londres y Nueva York como epicentros. Hubo quienes abrieron caminos, claro: The Stooges, MC5, y The Velvet Underground, por ejemplo. Hasta Los Saicos hicieron lo suyo, dirán los heterodoxos. Pero fueron experiencias diseminadas, sin la potencia de la comunión.

The Damned, entonces, marcó triple check: primera gira, primer single y primer disco del género. Soberbias armas para la banda inglesa, que encontró en la música el escape a una sociedad gris y pacata, sin futuro ni oportunidades para la juventud (¿suena familiar?).

The Damned y una noche histórica para el punk argentino

Ahora, apenas unas cuadras separan al grupo que compuso Anti-Pope del púlpito en el que Jorge Bergoglio daba misa antes de ser Francisco. Así de generosa es Buenos Aires.

Dan las 21.15 cuando el telón se abre. El guitarrista Captain Sensible aparece haciendo el paso de ganso, con su instrumento al hombro, como un rifle. Lo siguen el cantante Dave Vanian, el bajista Paul Gray y el baterista Rat Scabies, formación clásica del cuarteto.

No hay tiempo para presentaciones pomposas. «Ladies and gentlemen, how do?», preguntan. Love Song abre la velada.

El capitán pela enseguida. Camiseta a rayas y boina roja, lleva la desfachatez como estandarte. Vanian, padre de vampiros, sacude su micrófono de época. Jopo al frente, camisa texana y lentes de sol, el frontman de guantes negros se asemeja a un bastardo de Elvis y Johnny Cash. Machine gun etiquette, Wait for the blackout y Lively arts cierran el cuarteto inicial.

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Captain Sensible, histórico guitarrista de The Damned.

La banda luce en forma y suena igual. Scables despierta interés. Su vuelta al grupo después de un largo alejamiento implica una prueba de fuego para un público sediento. Sin embargo, cumple a rajatabla. Golpea duro y rápido; no perdió las mañas. Al cierre del show, incluso, tendrá un solo propio, en el que hasta se animará a prender fuego los platos. Tal ves demasiada opulencia para un grupo que hizo de la simpleza su marca registrada.

Gun Fury (Of riot forces) regala el momento contestario, como si hubiera sido escrita en la mismísima Buenos Aires hace apenas días, mientras que I can’t just be happy today exhibe algunos de los dotes góticos de The Damned, otra de las ramificaciones en las que abrieron el juego en los 70’s. Sensible tiene su momento con un gran interpretación de Life’s Goes on, cuyo clima envuelve a la sala. Doma, dirían los muchachos de redes.

Fan Club e Ignite: vuelta a la veta rabiosa, de la mano de un guitarrista que estudió al detalle a Chuck Berry. Sorprende en la dinámica grupal el contraste entre Sensible y Vanian. En el primero hay colores, chistes y movimientos espásticos; su compañero, en cambio, apuesta por la solemnidad de un maestro de ceremonias, dos caras antagónicas cuyo empalme funciona. Ninguno invade el territorio del otro.

Ese cóctel sintetiza el espíritu del conjunto que habita la parodia. Desde el cine de terror clásico hasta el rockabilly, es posible armar un rompecabezas con los distintos estilos que los Damned supieron lucir en sus 50 años.

La línea de bajo de Gray introduce a Neat Neat Neat, proclama furiosa que le pone candado al show en medio de otro pogo fuerte de la monada. En esas aguas es donde la formación gana, porque la comunión con el público, siempre amigo de todo lo que emane peligro, se forja en ese terreno.

Antes, TV Smith, de The Adverts, con su guitarra acústica a cuestas había calentado a la gente a puro músculo y oficio. Lo precedió Sergio Rotman y su Dub Clash Orquesta, con clásicos como Straight to hell, Police and Thieves y Bankrobber, todas evocaciones a la única banda que importa. Los locales Semilla de Maldad fueron los encargados de corta la cinta en Flores.

Menos de cinco minutos después de haberse ido, The Damned vuelve a asaltar el escenario. Suenan Curtain Call, de su disco The Black Album. Scabies rinde examen con un solo sencillo pero pirotécnico, con incendio incluido, cuya deriva es New Rose, himno de la banda y del género. Chancha y tambor al frente, como si no hubiera mañana. El rock and roll es simple. 4-4-2 para salir campeón.

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The Damned en el teatro Flores.

Probablemente, muchos hayan conocido este tema a través del documental Seven Ages of Rock de VH1, que planteaba una visión alternativa de la historia del rock y que lo tenía como la cortina de sus siete capítulos. Todo suma. El cuarteto se retira por segunda vez. Queda en la pantalla la foto de Brian James, guitarrista y miembro fundador, fallecido hace apenas días.

Por eso, al volver, Sensible lanza rosas blancas y rojas al público en memoria de su compañero de ruta, paso previo a disparar el arpegio de Smash It Up. El combo bailable y lúdico marca el final. Ahora sí. Se terminó. Toca juntar las cosas, tomar el bondi y seguir con otros asuntos. Por un rato no importó lo que pasara afuera; por un rato el underground de Londres plantó bandera en Flores.

Cuatro aventureros, con un promedio de 70 años, lo lograron. «Necesito una máquina del tiempo hacia atrás», canta Walas en el último disco de Massacre. Hay quienes dicen que los jóvenes son el futuro. Suerte con eso.

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