“Me van a putear por esto que voy a decir. Pero es cierto. Milei se parece al kirchnerismo. Se parece al kirchnerismo porque está buscando enemigos desiguales, enemigos con los que no tenga ningún costo tener un conflicto. Yo ya hace tiempo me he peleado con los fanáticos macristas. El fanatismo nos está destruyendo. Y ahora es el fanatismo por Milei. Dicen que yo soy K. ¿Vos me escuchás lo que estoy diciendo? Dicen que yo soy K tipos que no se limpiaban el culo solos cuando era el gobierno de Cristina y nosotros estábamos haciendo denuncias por la ruta del dinero K. O sea, es irrespetuoso. La palabra es irrespetuoso. Está mal. Pero, bueno, eso pasa por el fanatismo y el fanatismo se mantiene constante. No importa el gobierno que pase. Hay fanáticos de un lado, fanáticos del otro, Es la misma historia. Pega la vuelta, va y viene. En un momento te acusan de una cosa, después te acusan de la otra. Yo siento que nuestro rol sigue siendo el mismo. Nuestro rol es laburar y enfrentarnos con el poder y ser lo más serios posible. No es que piense que tenemos la obligación de enfrentarlos. Pero lo que no puede pasar es que nos callemos la boca por miedo. Porque, aparte, pasaron cuatro meses. Imagínate en un año. Si hoy a mí me dicen que soy ensobrado. En un año y medio, ¿qué me van a decir? Bueno, no hay que permitirlo”.
Dos meses antes de entrar al Hospital Italiano para realizarse un estudio, que derivó en una larguísima internación, y finalmente en su muerte, Jorge Lanata tuvo un sonado enfrentamiento con el presidente Javier Milei. Lo que ocurrió fue que Lanata había objetado que el embajador de Israel estuviera presente en una reunión de gabinete. Ciertamente, se trataba de un episodio tan extraño que nunca se volvió a repetir. La crítica había sido serena, dicha como si tal cosa, para nada altisonante ni ofensiva. El Presidente, en su estilo habitual, tildó a Lanata de “larretista”, “ensobrado” y “mentiroso”. Por esos días, Milei desplegaba su rico arsenal de adjetivos calificativos para agredir a periodistas como Silvia Mercado, Jorge Fernández Díaz o Luisa Corradini. Lanata anunció que le haría juicio al Presidente y, en ese contexto, concedió varios reportajes. En esas notas, Lanata hizo una caracterización muy personal de Milei, advirtió sobre sus tendencias autoritarias, y cuestionó a los sectores políticos y a los colegas que callaban -que callan- frente a esas desmesuras.
Dijo, por ejemplo:
-“Me parece que tenemos que unirnos los periodistas y que en algún lugar tenemos que ponerle un punto a Milei. Yo anoche tuve un pequeño cruce con Patricia Bullrich en el programa de Jony Viale. El argumento central de Patricia era: “Milei es así”. Que es el argumento de mucha gente. “No, Milei es así. Esto es espontáneo. A él le sale insultar”. Lo que pasa es que, en general, cuando uno supera los cuatro o cinco años ya se deja de tener eso como argumento. El nene pone los dedos en el enchufe. Bueno, dejemos que los ponga. Bueno, ok, hasta un punto eso se permite y después ya no, porque se electrocuta. El Presidente no puede seguir siendo un panelista. El Presidente tiene que darse cuenta de que es presidente y que eso conlleva una serie de actitudes y de responsabilidades”.
-“A Milei le tienen miedo, le tienen miedo. Por eso no reaccionan. Frente a este gobierno, hay además bastante oficialismo. En el periodismo, hay bastante oficialismo: más que frente a otros. Cuando Milei ha atacado de manera bastante virulenta a determinados periodistas, yo no vi tanta defensa de los periodistas como en otros gobiernos. Hubo alguna gente que habló, pero esto no fue una cosa en la cual todos nos pusimos de acuerdo. Para nada. Yo creo que tiene que ver con eso, con el miedo. No se quieren enfrentar”.
-“Milei nunca esperó ganar y está bien porque realmente nadie esperaba que ganara. Frente a eso, Milei se comporta como si las cosas no hubieran pasado. Milei pasó de panelista en la televisión a Presidente y todo fue vertiginoso. Entonces, es probable que no termine de adaptarse al cargo. No sé si es una estrategia deliberada en todos los casos. Yo creo que él se formó en la cultura de Twitter y en Twitter cualquiera dice cualquier cosa. Como, en general, es anónimo, la gente puede adjudicarle delitos a otros, o sea, cualquier cosa. Yo me peleo con globito21 y, está bien, globito21 me dice cualquier cosa. Y no pasa nada. Eso por un lado. Después Milei creció en los programas de la tarde de la televisión o en los programas de la noche. Creció en un ámbito donde cuanto más barbaridades decía, mejor considerado era. A la televisión le encantaba Milei porque medía. ¿Y cómo medía Milei? Gritando y diciendo barbaridades. Bueno, esto yo creo que no se lo quitó. Él sigue de alguna manera en ese lugar”.
-“Hay un deterioro del debate público mundial. Ahora es común que los líderes se insulten. Es loco porque, a menos que un país estuviera en guerra con otro, no era normal que un presidente dijera de otro cualquier barbaridad. Y ahora pasa con líderes europeos, con Trump. Pasa también con Milei. La actitud de Milei es más desigual porque acá estamos hablando de polémicas con periodistas y en ese caso, me van a putear por esto que voy a decir, pero es cierto: Milei se parece al kirchnerismo. Y después el tema de la casta. La casta quedó siendo ya un argumento de marketing. Nadie puede pensar que lo de la casta es cierto: ¿de qué casta me hablan si están gobernando con Menem, están gobernando con viejos políticos del interior, están gobernando con Scioli?“.
-“Milei está en sintonía con la época. Es una época autoritaria. No es para decir ‘es una dictadura’ porque ganó de manera limpia. Lo que pasa es que los gobiernos autoritarios no es que un tipo llega y dice “hola, soy autoritario”. Son gobiernos que se van haciendo de a poco autoritarios. Un poco más cada día. Y a mí me parece que eso es un riesgo que se corre con Milei”.
Tal vez en esos párrafos se pueda encontrar cierta explicación a la notable reacción del Gobierno ante la muerte de Lanata. Pocas horas después de que ocurriera el hecho, una cuenta de referencia para la tropa tuitera del Presidente, esa cuenta que mucha gente atribuye a Santiago Caputo, bajó línea: “Lanata construyó el relato oficial sobre la década del 90 y nos legó toda una generación de periodistas pelotudos que creen que ser zurdos es ser inteligentes. No alcanzaron sus últimos años de antikirchnerista para reparar ese daño. Que Dios se apiade de su alma”. Para que no quedaran dudas, minutos después de difundido el texto, Agustín Laje lo potenció con un retuit. Agustín Laje fue caracterizado por Javier Milei como “una de las mentes más brillantes que he conocido” y fue colocado por el Presidente como director de la Fundación Faro, cuyo objetivo es erradicar el comunismo (sic) de la cultura argentina.
Es un ejercicio muy revelador reproducir las cosas que escribieron sobre Lanata los hombres del Presidente que activan en X. No se trata solo de una mirada crítica sobre él: hubo ensañamiento. El biógrafo del Presidente, Nicolás Márquez, lo acuso de cómplice de la guerrilla marxista y de haber promovido la candidatura de Sergio Massa “un narcotraficante, según CFK”. En otro tuit, Márquez escribió: “Pensar que si fuera por la voluntad del prócer que reventó en su ley hoy no gobernaría Javier Milei sino una basura moral como Sergio Massa, vinculado al narcotráfico, según CFK. Qué suerte que el pueblo contrarió al ex becario del asesino Gorriarán Merlo”. “Reventó en su ley”. “Becario del asesino”. Tal vez era de esperar que algún referente libertario disintiera, dijera que era demasiado. Pero no: Laje volvió a retuitear. Márquez seguía: “Siempre padeció adicciones múltiples que lo llevaron a tener una vida autodestructiva que nunca pudo manejar”.
Milei, mientras tanto, prefirió ignorar la muerte de Lanata. Cuando el periodista Ángel de Brito lo consultó por el tema, le pasó el celular a su pareja, Amalia González, para que le contestara que el Presidente solo habla de temas de gestión. Su tropa, mientras tanto, hacía de las suyas en las redes, el terreno donde se siente más a gusto.
En la reacción libertaria contra Lanata en las horas posteriores a su muerte se expresa, como tantas otras veces, una escala de valores. En principio, se trata de un grupo de gente –el Presidente incluido—para el cual la muerte no es un hecho sagrado, o que merezca un comportamiento mínimamente respetuoso. Cuando alguien muere, la mayoría de los seres humanos expresa cierto recogimiento, empatía con las personas cercanas que están sufriendo o, en el último de los casos, si odia demasiado al que murió, espera un poco para manifestar ese odio. En el mundo Milei eso no ocurre. El Presidente insultó a Gines González García en los minutos siguientes a su muerte. Y ahora permite que su gente insulte a Lanata en el mismo contexto. La saga debe incluir la negativa de Milei a solidarizarse con Cristina Kirchner luego del intento de asesinato en su contra. Hay una evidente impiedad en estas reacciones. Al enemigo ni Justicia, aun después de muerto.
Luego, aparece el odio visceral al periodismo que no se disciplina. Tiene lógica que insulten a Lanata después de su muerte, los seguidores de un Presidente que ha insultado a Jorge Fernández Díaz, María O’Donnel, Alejandro Borensztein, Joaquín Morales Solá, Silvia Mercado, Luisa Corradini, Sofía Diamante, Débora Plajer, Luis Novaresio, Marcelo Bonelli, Juana Viale, Lali Espósito, Alejandro Bercovich, Jorge Fontevecchia, Martín Rodríguez Yebra, Julio César Saguier, entre tantos otros. Se trata del mismo jefe de Estado que arengó contra los periodistas en un acto público y que acompañó a sus seguidores cuando gritaban: “Hi-jos-de-pu-ta”. En eso Milei es franco y auténtico. No disimula lo que piensa. Lanata ha sido uno de los símbolos más potentes de ese periodismo que, desde 1983, se ha transformado en un fenómeno molesto para quienes han ocupado la Casa Rosada. Él se favoreció de esa libertad para llegar al poder, pero, como tantos otros, ahora se siente incómodo con ella.
La discusión acerca de la relación entre periodismo y poder ha atravesado a las democracias americanas en las últimas décadas. Ha habido líderes, de izquierda y de derecha, que convivieron con voces periodísticas críticas, porque tal vez entendieron que eso es un pilar de la democracia occidental, uno de los elementos que distinguen a las sociedades libres. Así ocurrió con personalidades que pensaban distinto en muchos puntos, pero que en eso coincidían, como Luis Lacalle Pou, Pepe Mujica, Fernando Henrique Cardoso, Luiz Ignacio Lula da Silva, Michelle Bachelet, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Alberto Fernández, entre otros.
Al contrario, ha habido una serie de líderes que intentaron destruir a las voces críticas. El método es siempre el mismo: deslizar que detrás de toda disidencia hay dinero, intereses espurios, conspiraciones, que no se trata de opiniones respetables sino de operaciones viles y destituyentes. En esa lista aparecen Nicolás Maduro, Javier Milei, Donald Trump, Daniel Ortega, Jair Bolsonaro, Cristina Kirchner, entre otros. La mejor definición de estas actitudes las dio el propio Milei cuando era candidato: “Cualquiera puede insultar. Eso forma parte de la libertad de cada uno. Pero cuando se hace desde el Estado, eso se llama policía del pensamiento o fascismo”, dijo, en un reportaje con Viviana Canosa.
En muchos momentos de su carrera, quizá en muchos más que cualquier otro de nosotros, Jorge Lanata supo exponer la verdadera naturaleza de quienes ocupaban el poder en la Argentina. Por eso su tribu, los periodistas, eso que en otros tiempos 678 llamaba “la corpo” lo despidió con honores.
Eso era esperable.
Lo que era imposible de anticipar es que el último acto de su vida –o sea, su muerte- serviría una vez más para correr otro velo, y exhibir de qué convicciones se nutre el poder político actual.
Hasta en ese instante, en ese último suspiro, seis meses después de una internación cruel, Lanata fue un periodista.
Milei
Por Ernesto Tenembaum
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